INTRODUCCIÓN
Tres importantes religiones mundiales –el judaísmo, el islamismo y el cristianismo– señalan el mismo punto de partida: un hombre llamado Abraham. Las tres coinciden en que el pecado causó un tremendo desastre en el mundo y entonces Dios comenzó un proceso de restauración con Abraham. Dios le hizo una serie de promesas y la respuesta de Abraham a esas promesas no sólo tuvo implicaciones para su punto de partida personal o los puntos de partida del judaísmo, el islamismo y el cristianismo; también tiene implicaciones para tu propio punto de partida.
GUÍA DE CONVERSACIÓN
1. ¿Cuál de los siguientes enunciados refleja tu sentir? ¿Por qué? • Dios me acepta desde mi nacimiento. • Dios me acepta en base a mi comportamiento. • Dios me acepta en base a mis creencias. • Dios me acepta en base a una combinación de todos los enunciados anteriores.
2. ¿Alguna vez has dado un primer paso para restaurar una relación quebrantada? De ser así, ¿puedes compartir tu experiencia?
3. ¿Crees que la adversidad es parte del plan de Dios? ¿Por qué sí o por qué no?
4. ¿En algún momento, alguna persona cercana a ti ha demostrado una fe inquebrantable a pesar de sus circunstancias?
5. ¿Cuáles experiencias has vivido que hayan mermado tu confianza en Dios?
6. ¿En cuál área de tu vida Dios te está llamando a confiar en Él? ¿Qué puedes hacer esta semana para confiar en Él? ¿Qué puede hacer este grupo para ayudarte en tu decisión?
REFLEXIÓN
Cuando el pecado hundió a la humanidad en un mar de cristales rotos, Dios tenía dos opciones: olvidarse del caos de este mundo y seguir adelante o hacer algo al respecto. Por amor, decidió involucrarse. Por ende, debía comenzar en alguna parte. Se acercó a un hombre —Abraham— y le pidió que confiase en Él. En respuesta a la fe de Abraham, Dios le bendijo y abrió el camino para entablar una relación personal. Dios nos hace la misma oferta a cada uno de nosotros.
RENUEVA TU MENTE
Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones a quien se le borran sus pecados. Dichoso aquel a quien el Señor no toma en cuenta su maldad y en cuyo espíritu no hay engaño. Salmos 32:1-2